Muchachos, tiren papelitos al cielo... se nos fue Caloi


Hace unos días que nos dejó Caloi, otro genio dibujante, creador de Clemente, personaje que desde 1973  representó para muchas generaciones de argentinos, el fiel retrato del ‘argento’ rebelde, fanático de fútbol, del seleccionado nacional, pícaro, seductor, amante de las curvas mulatonas y nostálgico, una marca personal del argentino tipo. Esté donde esté, siempre se nos ‘pianta el lagrimón’ sin importar de pecar de llorones.

Imagen del León de River hecho por Caloi.
En 1984, River Plate no andaba bien, promediaba la tabla del descenso, y la directiva pensó en un cambio de imagen para salir un poco de esa depresión.
Pensaron en un símbolo que tradujera ese cambio y se decantaron por un león, el rey de la selva, que no le teme a nada. Todo lo contrario al apelativo que aún conserva de ‘Gayina’.
Pero ese león lo tenía que dibujar un sentido hincha de River y pensaron en Caloi que dibujó el león emergiendo del estadio Monumental. Un león con la cola levantada porque decía que los leones cuando atacan lo hacen con la cola de esta forma.

Esa nueva imagen le dió mucha suerte a River. No sólo se salvó del descenso sino que salió campeón del torneo, campeón de la Libertadores y en 1986 conquistó con el león estampado en el pecho, la final de la copa Intercontinental en Tokio.


Camiseta de River del Chelo.
El león de Caloi quedó grabado a fuego en la memoria de los Riverplatenses como yo y como El Chelo, mi amigo y uno de los fundadores de la Filial de River Plate en Barcelona que volvió a Buenos Aires para seguir de cerca y alentar al club de la banda roja que sufre en la categoría B para poder ascender.
Quizás nos falta volver a poner el león del negro Caloi en estas camisetas.


-Acá la tenes Gaby!!!. Esta bastante gastada, el rojo ya parece naranja, y el logo Adidas voló. Era tipo sticker, en blanco sobre la banda...
El Chelo es un coleccionista de camisetas, y como yo, las guarda con mucho cariño.


¿Y cuál tiene? tiene la del leoncito estampado.







Yo también fui Clemente

Y hablando de leoncitos y Clementes, un año más tarde de la gesta riverplatense, en el ’87 para costearme la carrera de Diseño Gráfico, entré a trabajar en Banco Tornquist, la filial del Crédit Lyonnais de Francia.
La mascota del Crédit Lyonnays es también la de un leoncito.

Gracias a Roberto, un amigo de la Facultad de Ciencias Económicas (universidad que luego dejé por Diseño) me hizo palanca para entrar en la Casa Central del Tornquist, ubicada en plena City porteña, en un coqueto edificio de arquitectura afrancesada sobre la calle Bartolomé Mitre a metros de la avenida Diagonal Norte.

Lo que más recuerdo del edificio eran los ascensores y más aún de los ascensoristas
Los ascensores que eran del año 1926, aún conservaban el mecanismo de arranque y freno que se hacía de forma manual con manillar. Los malditos (ascensoristas) lo hacían arrancar de tal forma que el ascensor tomaban una velocidad en la que los huevos se te ponían más o menos a la altura de la garganta a la par de que el estómago, como dice mi vieja, se da vuelta como un guante.
Pálidos salíamos.

Trabajar en un banco es un estado mental. Decía mi psicóloga.
 Es como vivir en una burbuja aparte del resto del mundo donde la fauna bancaria es totalmente distinta al ser humano común y corriente de la calle.
Si leímos de niños historias de personajes de cuentos fántásticos e insólitos, les puedo confirmar que estos animalitos realmente salen de allí. Es su hábitat natural, en ese intramundo, rodeados de esa telaraña de sellos, máquinas, dinero que se toca sin tocar y números imposibles donde viven unos personajes llamados: Los bancarios.

Por esos años, me tocó vivir en ese intramundo y también convertirme en un bancario.
Mi destino fue Centro Operativo, así se llamaba la oficina cuyo nombre no explicaba bien para qué servía y supongo que ahora que lo veo más lejos en el tiempo, era como una ‘cosa’ donde habitaban y convivían pendejos granulientos con el cuello de la camisa dos números más grande, sin experiencia para subir posiciones en la carrera bancaria y escalar al cielo, como así también era el purgatorio a que descendían los que habían pecado y eran llevados a esa oficina antes de morir incendiados por el infierno de la rutina de los números.
Una oficina indefinida.

Centro operativo era la típica oficina donde estaba el jefe cuentabatallitas, el subjefe serrucho láser y el subgerente del área más loco que una cabra.
El resto... eramos nosotros. Los viejos y los nuevos.

Recuerdo uno de esa fauna que le llamábamos El León. Y realmente era igual a la mascota del Lyonnais.
El León vestía trajes de corte de los ’70 con solapa ancha, pantalones pata de elefante y nudo de corbata doble y gordo. Tenía un peluquín pelirrojo que hacía juego con su piel castigada bajo los influjos de la cama solar. Todo él era colorado naranja.
Según la fábula que se comentaba entre pasillos, la historia de porqué El león vestía así. fue que había quedado prendado de una novia que había tenido en los ’70.
Tanto lo marcó esa mujer que se quedó congelado en el tiempo.

En esos despachos aparte de estas historias está siempre el que tiene cierta chispa. Y uno de ellos que recuerdo con mucho cariño era el negro Silvestre, ya que tenía todas las fichas para señalarlo como aquél que había pasado por todas las vidas y que ya era imposible ignorarlo.
Contador de chistes, él te ponía siempre un apodo: El gordo, el boludo, el jirafa, etc.
Tenía una labia increíble y como de todo submundo se trataba y como los sueldos en una Argentina de hiperinflación eran escasos, Silvestre tenía su chiringuito: grababa canciones en cassettes.

El negro nos decía señalándonos con el índice y una sonrisa blanca:  
-Tengo algo para vooooos, y enseguida sacaba de su maletín cassetes grabados de cualquier grupo que pidieras.

Silvestre era el portero del equipo de fútbol del Tornquist que por supuesto competía en la liga interbancaria.
Como en esos años yo ya estaba haciendo mis primeros pinitos en diseño, me ofrecí para hacer el logo de equipo en las camisetas.
Creo que entré a jugar al equipo un poco por eso y otro porque Silvestre se lesionó y como yo también era portero (malo) me tocó reemplazarlo en un partido.

El día de mi debut, no fue mi día. Me llenaron la canasta de goles.

Clemente, el personaje de Caloi no tiene manos.

Y cuando los porteros tenían una mala tarde, en Argentina el imaginario popular lo apodaba de manera muy cachonda: Clemente.

El siguiente lunes,  cuando atravesé la puerta imaginando las cargadas de la oficina, me topo con mi querido Silvestre que me dice:
  
-Buenos días Clemente.




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