El año pasado nos propusimos recaudar dinero para sacar el proyecto ElevenFoot a través de la plataforma crowfunding de
Lánzanos y como resultó que no recaudamos nada, como balance final podríamos decir: fue un fracaso total. O bien: Bueno macho, a remar que al final no todo fue tan mal.
Siempre a cada cosa que hacemos, más allá de cualquier resultado, tratamos de sacarle la parte positiva y lo bueno fue que entre el tiempo que uno le da a la tecla para que primero te voten, y luego que te pongan 5
euracos como mínimo, se acerca gente. Gente que hacía una bocha de años que no veíamos, gente nueva que se ofrece a laburar sin condiciones porque cree en el proyecto y también de esos inversores
flash de esos que aparecen y se van (de la mañana a la noche y viceversa). Pero también gente que nos ha regalado cosas que valoramos muchísimo.
Daniel Roncoli nos regaló un cuento inédito para que lo pusiéramos como una de las recompensa de Lánzanos. El combo de recompensa era grosso, pero creo que consistía en que si aportabas
tantos euros, de recompensa les regalábamos el cuento y una ilustración de
Luis Gaspardo.
Para nosotros era un regalo espectacular, ya que siempre nos gustaron los cuentos y más ilustrados.
Particularmente a mí me gusta regalar libros. Eso queda para siempre. Tengo mi colección de Mafalda original firmado uno de ellos por Quino en una de las tantas Ferias del Libro de Buenos Aires que íbamos a disfrutar con mi mujer.
Mi queridísimo amigo
Jorge Sanzol (que lo extraño horrores) me comentaba que disfrutaba mucho ilustrando libros. Hablaba poco Jorge. Pero cada tanto me decía:
Con las revistas envolvés huevos. Pero con los libros es otra cosa. Los libros quedan y si luego ves las ilustraciones en los libros con el paso del tiempo se ven cada vez mejor ¿no? (ese
¿no? tan característico con que remataba Jorge sus mínimas frases)
Así que, como nos gustan las letras y los cuentos, vamos a regalarles como comienzo de este año este cuento inédito que nos escribió Daniel para nosotros. A disfrutarlo mucho.
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Los méritos de Pablo Estigarribia Alcorta como zaguero centro excluían su foja de servicios específica.
Suplente del suplente, tosco y proclive a subvertir la armonía visual con sus aventurados cruces, era requerido por los cronistas que cubrían los entrenamientos de su equipo puesto que se expresaba con corrección, haciendo gala de un lenguaje florido, y siempre regalaba una nota de color.
Avezado chef con galardones internacionales, impuso tras culminar la carrera de diseño de indumentaria una línea de ropa masculina con sobrias y elegantes prendas amén de distinguirse como miembro voluntario de la Cruz Roja, actividad un tanto reñida, al menos en lo fáctico, con su labor de último hombre donde se hizo de alguna tibia adversaria como espontáneo souvenir.
La carrera de Derecho pareció en lo semántico otra contradicción puesto a que es un zurdo nato, de esos zurdos que por precámbricos y poco ortodoxos justifican la excelencia estética de la raza. Pero esa manifestación vocacional no era un sin sentido. Su abuelo, su padre, su tío y su hermano mayor son distinguidos abogados. A Pablo cumplir el mandato le llevó más de la cuenta porque se distrajo con otras ocupaciones pero los medios de comunicación celebraron que próximo a los treinta le tocara dar la única materia que debía el lunes posterior al final del campeonato. En los títulos los periódicos jugaron con los otros dos títulos, el que podía ganar el Sportivo Fulgor y el que era capaz de obtener Estigarribia Alcorta aunque su incidencia en el funcionamiento del equipo verdiblanco fuera relativa.
El viernes previo al cotejo definición el Moncho Bianco, el experimentado defensor del Sportivo, en un trabajo de pelota parada sintió que la familia de sus tendones hizo jumping. Tras saltar para un cabezazo, el talón de Aquiles decidió soltar amarras provocándole un dolor de muerte. El entrenador Ernesto Quiróz no sin angustia, lo reemplazó con Agustín Ponce, un joven esbelto y expeditivo. Su reacción física y su capacidad de anticipo fue más valorada que la trayectoria del Melón Sánchez, quien iba a disputar el partido de reserva en la búsqueda de su mejor forma. Nadie pensó, menos que menos Quiróz -pese a que solía dormir la siesta con el pesimismo- que Ponce iba a pisar un jabón en la ducha y tras darse un estruendoso golpe en la cintura iba a levantarse furioso y patear uno de los largos bancos del vestuario quebrándose doce huesos de su pie diestro. Contuso por la noticia, Quiróz marcó el número celular de Estigarribia Alcorta proponiéndole que estudiara en la concentración. No pensaba necesitarlo puesto que el Melón sería titular y dado un nuevo imponderable retrasaría a Norberto Rolón, volante de recambio, a la zaga.
Quiróz que repetía sin pensar aquello de no hay dos sin tres trató de amigarse con la desgracia y ponerla de su lado pero a la mala fortuna no le gusta que le conviden atún: el revoltijo llamado mayonesa que le sirvieron al plantel como entrada en el almuerzo del sábado cobró tres víctimas: Melón Sánchez, Rolón y el veloz delantero Mantovano se intoxicaron y si no se fueron por el desaguadero fue pura y exclusivamente porque la cañería era simpatizante del Atlético Barrancas y no los tragaba.
Por razones de fuerza mayor, Pablo Estigarribia Alcorta fue titular y perdido por perdido Quiróz razonó que si su principal preocupación era el examen de Derecho Penal, tal vez liberado de tensiones, conseguiría un rendimiento más cauto. Planteó una estrategia orientada a resguardarlo, disminuir los espacios en derredor, aunque se viera forzado a resignar audacia ofensiva. Logró el propósito y pese a que el zurdo casi decoró el trámite ordinario con una pifiada que descolocó a su arquero, El Loco Lozano, el cero a cero se veía venir desde el minuto uno.
La definición por penales fue tensa y dilatada. La lluvia intensa en la previa del encuentro transformó en un progresivo chiquero las áreas. Ejecutaron nueve por lado y tan solo se convirtieron cuatro. El décimo disparo de los futbolistas del Atlético, a cargo de su guardavallas, Rodolfi, se estrelló contra un palo. Estigarribia Alcorta podría convertirse imprevistamente en héroe. Limpió la pelota en una airada mata de pasto próxima al lunar de la zona caliente hasta sacarle lustre. La apoyó con sigilo. Tomó corta carrera pero su nerviosismo lo llevó a darle la espalda a Héctor Rodolfi, se peinó cuatro o cinco veces con furia estirándose los rulos, giró torpemente y corrió al esférico sin poder afirmarse correctamente. Impactó el esférico con su pie izquierdo mientras se caía de culo en medio del barro, la maniobra expulsó lodo como un barrenador Land Rover, esquirlas empetroladas que engañaron los reflejos de Rodolfi que fue a un palo mientras el gol del campeonato se consumaba mansamente, como un rezongo lejano, en el centro del arco.
Tras los festejos esperables, Pablo Estigarribia Alcorta llegó a la Facultad el lunes a la mañana con sus saberes traspapelados. Durante el partido no advirtió las veces que había despejado centros con su cabeza. Encima, los pies le pesaban mil kilos.
Caminó hacia la mesa con tantas incertidumbres como las que sintió antes de la definición. La partida de atún en mal estado también hizo estragos entre los docentes y frente al pelotón de fusilamiento aparecieron dos profesores que desconocía, los noveles Ismael Arismendi y Claudia Ferrantes. El impertérrito doctor Galiñanes era con su cara de morsa constreñida el ariete del aniquilamiento.
Le pidió la libreta sin palabras, moviendo tres dedos de su mano derecha enérgicamente varias veces hacia su plexo. La abrió, lo miró, sacó un papel del bolsillo superior del saco, se tomó su tiempo prolongando el suspenso y escribió en él un párrafo. Lo volvió a mirar, levantó la libreta e hizo una marca y una firma sin que sus colegas pudieran ver qué había puesto. Luego la apoyó en la mesa y se la devolvió haciéndola patinar sobre la madera del escritorio.
Pablo Estigarribia Alcorta la abrió por instinto, antes de que le llovieran las preguntas, sosteniendo el misterioso papel con uno de sus pulgares. Leyó para sí, tras observar con un leve movimiento de cintura a Galiñanes, para retornar al parapeto de su documentación universitaria.
–Ayer estaba en la tribuna, la verdad, usted debe ser el peor jugador que vistió nuestra camiseta. Siempre estuve tentado de decirle cuando me lo cruzaba que usted es horrible... Está aprobado, Estigarribia. En Derecho se la rebusca pero Zurdo Penal jamás pensé que diera el título. Y no le regalo nada, increíblemente ayer jugó para siete. No hace falta que lo consulte con la mesa, hasta los diarios lo dicen.
Por Daniel Roncoli
Actor y escritor argentino.
Vive en Palermo.
Oriundo e hincha de Cañuelas
(el Cañuelas Fútbol Club)
Actualmente presenta el espectáculo teatral
de prosodia futbolera Mil Palabras
a la Redonda, show premiado como obra teatral,
por la interpretación y el libreto.
Autor de su décimo libro: El Gran Martín
(Vida y obra de Karadagián y sus titanes)
Como periodista escribió en la revista El Gráfico.
Zurdo Penal es un cuento inédito.
twitter @DanielRoncoli
email roncoli@hotmail.com