Foto: Alejandro del Bosco |
En la jornada 28 de la Liga BBVA, la última antes de los partidos internacionales, el duelo entre el Málaga y el Espanyol contó con una novedosa iniciativa en el mundo del fútbol que podría ser un punto de partida para una nueva evolución del deporte rey.
Eran aproximadamente las dos de la tarde cuando Carlos del Cerro Grande pitaba el final del partido entre el Málaga y el Espanyol, que concluía con un 0-2 en el marcador. El equipo dirigido por Manuel Pellegrini, todavía eufórico por la clasificación para los cuartos de final de la Champions League, cortaba su racha de cuatro partidos sin perder en casa, mientras que los de Javier Aguirre volvían a sumar de a tres luego de tres jornadas, gracias a los goles de Diego Colotto y Sergio García. Sin embargo, lo que queremos destacar de este partido no es ninguno de estos aspectos, sino lo que sucedió posteriormente: la celebración de un tercer tiempo.
Posiblemente muchos se preguntarán qué es el tercer tiempo… Pues bien, el tercer tiempo forma parte de una tradición en el mundo del rugby, y consiste en compartir una comida con los contrincantes tras haber disputado los dos tiempos de juego. De este modo, el tercer tiempo sirve para confraternizar con los rivales y demostrar que lo que pasa en el campo se queda en el campo. Algo aún más meritorio en el rugby al tratarse de un deporte de un gran contacto físico. Con esta iniciativa –que habrá que esperar para saber si se sigue llevando a cabo–, el fútbol y el rugby vuelven a estrechar ligeramente sus lazos. No hay que olvidar que el origen de ambos deportes es el mismo…
Corría el año 1823 cuando William Webb Ellis, un estudiante de la localidad inglesa de Rugby, decidió en medio de un partido de fútbol coger el balón con las manos y echar a correr hasta la portería contraria. En aquel entonces, la única manera de avanzar era mediante el dribbling, ya que los pases solo podían darse de forma lateral o hacia atrás. El juego parecía necesitar una reforma para ser salvado, y con la variante llevada a cabo por el propio Webb Ellis nació el rugby, mientras que el fútbol decidió reformar el sistema de offside, creando las Reglas de Cambridge en 1848, unificando, de este modo, las distintas modalidades que se practicaban en las diferentes localidades del país. Si ya en el siglo XIX fue necesario realizar algunos cambios para que evolucionara este deporte que tanto nos apasiona, por qué no tomar algunos aspectos del rugby e incluirlos en el fútbol, tomando como punto de partida el tercer tiempo. Y que conste que no estoy hablando de cuestiones estrictamente del reglamento.
El caso más claro es quizás el trato a los árbitros. A principios del año pasado, el galés Nigel Owens, uno de los mejores árbitros de rugby del mundo –y que en 2007 se declaró abiertamente homosexual– protagonizó una de las historias del año al recriminarle a un jugador del Benetton Treviso –en presencia de su capitán– su conducta de la siguiente manera: “Yo soy el árbitro en este campo, no tú. Cumple con tu trabajo y yo cumpliré con el mío. Si te oigo gritar por cualquier cosa otra vez, te voy a penalizar. Esto no es fútbol. ¿Queda claro? Volved y seguid con el juego”. No estaría de más que los jugadores de fútbol se dedicaran pura y exclusivamente a jugar. En el rugby la figura del árbitro es totalmente respetada y solo puede hablar con él el capitán del equipo. De este modo, los árbitros reciben mucha menos presión y pueden hacer mejor su labor, algo que cada vez parece más difícil de alcanzar en el fútbol, ya que cualquier jugador puede dirigirse al colegiado –y de cualquier manera–, influenciando en muchas ocasiones sus decisiones. El trabajo de los colegiados es muy complicado, eso nadie lo discute, pero por eso mismo no está de más ayudarse de las nuevas tecnologías. En rugby, a menudo es complejo apreciar si un jugador ha conseguido un ensayo o no, por ello existe la figura de un cuarto árbitro –además de los dos asistentes de banda–, el juez de televisión, que mediante la visualización de las grabaciones disipa las dudas del principal en este tipo de acciones. Ya es hora de que en el fútbol se tomen medidas de este estilo. Al menos parece ser que finalmente las pelotas llevarán un chip que permitirá determinar si el balón entra o no en su totalidad en los denominados “goles fantasmas”.
Y si hay algo de lo que ya se abusa en el fútbol es de fingir lesiones para cortar los contraataques rivales. Prácticamente se puede decir que forma parte de una estrategia. Cuántas veces se ha visto que el árbitro pare el partido para que atiendan a un jugador que a los treinta segundos ya se encuentra como nuevo, o que se le exija a un equipo que lance el balón fuera para que atiendan a un compañero que se encuentra tirado en el césped y que acaba de la misma manera –con el jugador ingresando al campo inmediatamente–… ¿Tan difícil es dejar entrar a las asistencias médicas mientras rueda el cuero? Les aseguro que en rugby hay muchas más lesiones que en fútbol durante un partido y el árbitro solo para el encuentro si resulta ser realmente grave. Y después de todo esto pienso… ¿Por qué no volver a mediados del siglo XIX, a Cambridge, y replantearnos algunos de los aspectos que pueden hoy en día degradar a este deporte? ¿Por qué no trasladarnos a aquella época en la que, paradójicamente, no había prejuicios a la hora de progresar? ¿Por qué no debatir de estos asuntos en un próximo tercer tiempo…?
Por Eloy Valentinis Ramos
Fotos: Alejandro del Bosco
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